La historia de Cristo no termina en la cruz. Continúa hasta la resurrección y la nueva vida. Da significado a nuestra vida diaria actual y una nueva esperanza más allá de la tumba. Para el individuo y las instituciones por igual, son las Buenas Nuevas—no para el futuro solamente, sino también para el aquí y el ahora.
Si Dios tenía un plan para la vida de Ellen White, es el mismo plan que tiene para todos nosotros—que durante nuestra existencia nosotros mismos seamos recipientes para el Evangelio, experimentemos un nuevo comienzo en Cristo Jesús, y que podamos ser instrumentos en favor de otros. Ésta fue la verdadera inspiración y revelación de Dios para Ellen.
Es una historia fascinante el que la Iglesia Adventista obtuviera su inicio y su énfasis en la creencia en la Segunda Venida, una creencia traída, con sus proponentes, del movimiento Millerista. Pero, de la misma manera, el Adventismo murió con esa misma doctrina. Sin la culminación del Advenimiento que habían predicho, se volvieron hacia dentro de sí mismos y se concentraron en demostrar que tenían razón. En vez de poner por delante un nuevo nacimiento de la conciencia espiritual para su diario vivir en la actualidad, pusieron por delante a Ellen White como un velo entre ellos mismos y Dios, entre ellos mismos y una experiencia renovadora.
Entre los tiempos del Antiguo Testamento y los tiempos del Nuevo Testamento se levantaba la cruz. El velo que ocultaba la cruz a los ojos y los corazones de la nación judía era su sistema de sacrificios, exacciones, y obras. Su sistema los mantenía con las espaldas encorvadas y las cabezas inclinadas, así que no podían mirar hacia arriba, a Dios y a su Hijo. Su sistema de leyes, reglamentos, teorías, y máximas había esclavizado el cuerpo, la mente, y el alma. Sus dirigentes eran más importantes que la verdad del Evangelio de Cristo. Mientras los sacerdotes del sistema se aferraban a su padre Abraham, le negaban al pueblo el acceso al verdadero Padre de la Humanidad. Un sistema llega a su etapa de caducidad cuando interpone un velo de salvación por obras, a través de algún intermediario, entre el hombre necesitado y un Dios que espera. Ese velo les impide una comunicación directa.
Así habría de ser con la Iglesia Adventista también. Cristo no vino en 1844. Pero el grupo que lo esperaba no pudo resignarse a confesar su error, el principio de todos los principios. A las equivocaciones se les llamó "errores de cálculo". Al extremismo se le llamó celo. Los escritos de Ellen White se convirtieron en "la palabra de Dios". Así, Ellen se convirtió en el velo que ocultó a Cristo a los ojos del pueblo. Si los administradores, los teólogos, los supervendedores de su sistema hubiesen pasado más allá del velo que ellos mismos habían creado, Ellen G. White, seguramente habrían encontrado al Cristo que profesaban estar buscando.
No fue la creencia en el Cristo objetivo histórico (que no vino en 1844) lo que habría de destruir la efectividad de ellos. Fue la no aceptación del Cristo subjetivo en el modo de vivir lo que ellos desperdiciaron. La ironía del movimiento adventista parece ser que, al usar a Ellen White para realinear la historia y dar al futuro una vívida imaginación, los dirigentes mataron, para la mayoría de sus miembros, al Cristo del presente.
En tiempos pasados, Dios rasgó el velo del antiguo servicio y abolió el sistema entero de sacrificios. Esa rasgadura pronto fue reparada por los sacerdotes para poder continuar controlando al pueblo que representaban. El humo de sus sacrificios continuó subiendo, lenta y tristemente, hacia el cielo. De acuerdo con un escritor:
Subía en vano. Y el sumo scerdote todavía entraba al lugar santísimo cada año y rociaba la sangre sobre el propiciatorio. Y sin embargo, esa sangre apelaba a Dios en vano. Porque "Cristo, nuestra Pascua, ya fue sacrificada por nosotros". (I Cor. 5:7). Por fin, Dios, con ira justa, borró el sistema de imitación entero, con la destrucción de Jerusalén por Tito, cuando el templo fue quemado y los sacrficios judíos fueron abandonados para siempre.1